Todo derecho implica una responsabilidad o un deber, van unidos de la mano. Un deber es un compromiso asumido ya sea con nosotros mismos, otra persona, o el entorno en general. A medida que vamos viviendo aceptamos mayores responsabilidades y tareas, acordes con nuestra madurez y posibilidades.
Es en el hogar donde
aprendemos parte de la forma que asumimos nuestros deberes cotidianos, y es
allí donde siembran las primeras semillas de amor, que darán frutos
posteriormente. Amar como deber lleva consigo obligatoriedad, es decir una ineludible
tarea que tenemos que realizar aunque no queramos.
Cumplir el deber de amar,
para la gran mayoría de nosotros, no es una tarea fácil. Como lo explican las escrituras sagradas; el
primer mandamiento es el amor y del él derivan todos los demás. Si amar fuera
una tarea espontánea y muy natural del hombre, no sería necesario crear mandatos,
leyes, normas, y reglamentos para
garantizar que amamos, simplemente amaríamos.
Lejos de condenar a los que
no aman como quisiéramos, o de sentirnos culpables por no amar como desearíamos,
asumamos que todos amamos lo mejor que podemos en el tiempo, el lugar y las
circunstancias dadas. Si nos pensamos
como aprendices de un deber somos más benévolos y aceptamos la realidad que nos
corresponde.
Aceptar que no somos buenos
en algo, no quiere decir que debemos conformarnos y vivir el resto de nuestra
vida de esa manera. Por el contrario, desear la maestría en el amor, es una
misión dada a cada uno de los hombres, y tenemos en nuestras manos todo el
potencial para ser mejores; no mejores que otros, sino mejores de lo que fuimos
ayer, hace un año o 10.
El cumplimiento constante del deber con entrega,
compromiso y en deseo permanente de perfeccionamiento, nos lleva a ser buenos
en esa tarea. Así mismo en el amor; una tarea continua que al pasar la vida
tiene niveles más altos de realización. La vida es una escuela que nos enfrenta
a desafíos para aprender a amar.
Tarde o temprano a pesar de
haber tomado caminos que te han llevado lejos del amor, comprendes que sólo el
amor hace renacer la paz en tu corazón y enciende un propósito de vida que
antes no tenías. En la medida que volvemos al verdadero sendero nos vamos
liberando de falsos dioses, ilusiones vanas y sueños sin sentido; y podemos
decir que despertamos a la verdad.
Liliana
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